domingo, 30 de mayo de 2021

El ZORRO DE ARRIBA Y EL ZORRO DE ABAJO

El Tarta avanzó respetuosamente hacia la bailarina. Estiró el brazo y mostró en el puño un fajo de billetes de quinientos soles, sellado. La luz hizo resaltar el color de los billetes.

-Cin-cin-cinco mil soles… P-p-por un beso…en la-la-la chu-chu-meca. A-aahorita.

Habló y siguió avanzando despacio, como si temiera asustarse él, él mismo. La mujer lo miró; no volvió los ojos a ninguna otra parte. La luz hacía resaltar la boca abierta del Tarta, que no era demente sino, por el contrario, como de quien va acercándose a una fuente de agua florida, con ansia caldeada, de lanzarse, ni a herir ni a escandalizar, sino a prender un rayo, a tomarlo en la boca.

Depositó el fajo de billetes en el suelo. Se arrodilló. La mujer se alzó un poco con el mismo movimiento ondulante; la pierna con la que se protegía la hizo girar, abriéndola, y se puso de costado al público. El Tarta avanzó de rodillas; tomó con cada mano una pierna de la mujer. Quienes estaban al costado del escenario hacia donde la bailarina dirigió la cara, pudieron ver los pelos algo rubios en el pubis de la mujer y hundir allí los labios al Tarta, con los ojos cerrados. Luego de un largo instante, de puro silencio, retrocedió, sin ponerse de pie. Los dos hombres que estaban al fondo del escenario corrieron hacia la desnuda; ella levantó el fajo de billetes y su ropa, y se hizo alzar por los dos hombres, así desnuda. Desapareció tras una pequeña puerta que la mujer abrió con el pie. En la oscuridad ya bramaban los hombres.

—Ese es el Tarta. Lengua de bestia y lengua de ese que en la antigüedad llamaban Platón o Diógenes, o mierda, don Diego, amigo. 

JOSE MARIA ARGUEDAS




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