"María de Magdala llevó a Jesús hasta un lugar junto al horno, donde era el suelo
de ladrillo, y allí, rechazando el auxilio de él, con sus manos lo desnudó y
lavó, a veces tocándole el cuerpo, aquí y aquí, y aquí, con las puntas de los
dedos, besándolo levemente en el pecho y en los muslos. De un lado y del otro.
Estos roces delicados hacían estremecer a Jesús, las uñas de la Mujer le
causaban escalofríos cuando le recorrían la piel, No tengas miedo, dijo María de
Magdala. Lo secó y lo llevó de la mano hasta la cama, Acuéstate, vuelvo en
seguida. Hizo correr un paño en una cuerda, nuevos rumores de agua se oyeron,
después una pausa, el aire de repente pareció perfumado y María de Magdala
apareció, desnuda. Desnudo estaba también Jesús, como ella lo dejó, el muchacho
pensó que así era justo, tapar el cuerpo que ella descubriera habría sido como
una ofensa. María se detuvo al lado de la cama, lo miró con una expresión que
era, al mismo tiempo, ardiente y suave, y dijo, Eres hermoso, pero para ser
perfecto tienes que abrir los ojos. Dudando los abrió Jesús, e inmediatamente
los cerró, deslumbrado, volvió a abrirlos y en ese instante supo lo que en
verdad querían decir aquellas palabras del rey Salomón, Las curvas de tus
caderas son como joyas, tu ombligo es una copa redondeada llena de vino
perfumado, tu vientre es un monte de trigo cercado de lirios, tus dos senos son
como dos hijos gemelos de una gacela, pero lo supo aún mejor, y definitivamente,
cuando María se acostó a su lado y, tomándole las manos, acercándoselas, las
pasó lentamente por todo su cuerpo, cabellos y rostro, el cuello, vientre, el
ombligo, el pubis, donde se demoró, enredando y desenredando los dedos, la
redondez de los muslos, suaves, y mientras esto hacía, iba diciendo en voz baja,
casi en un susurro, Aprende, aprende mi cuerpo, Jesús miraba sus propias manos,
que María sostenía, y deseaba tenerlas sueltas para que pudieran ir a buscar,
libres, cada una de aquellas partes, pero ella continuaba, una vez más, otra
aún, y decía, Aprende mi cuerpo, aprende mi cuerpo, Jesús respiraba
precipitadamente, pero hubo un momento en que pareció sofocarse, eso fue cuando
las manos de ella, la izquierda colocaba sobre la frente, la derecha en los
tobillos, iniciaron una lenta caricia, una en dirección a la otra, ambas
atraídas hacia el mismo más que un instante, para regresar con la misma lentitud
al punto de partida, desde donde iniciaron de nuevo el movimiento. No has
aprendido nada, vete, dijo Pastor, y quizá quisiese decir que no aprendió a
defender la vida. Ahora María de Magdala le enseñaba, Aprende mi cuerpo, y
repetía, pero de otra manera, cambiándole una palabra, Aprende tu cuerpo, y él
lo tenía ahí, su cuerpo, tenso, duro, erecto, y sobre él estaba, desnuda y
magnífica, María de Magdala, que decía, Calma, no te preocupes, no te muevas,
déjame a mi, entonces sintió que una parte del cuerpo, ésa, se había hundido en
el cuerpo de ella, que un anillo de fuego lo envolvía, yendo y viniendo, que un
estremecimiento lo sacudía por dentro, como un pez agitándose, y que de súbito
se escapaba gritando, imposible, no puede ser, los peces no gritan, él, sí, era
él quien gritaba, al mismo tiempo que María, gimiendo, dejaba caer su cuerpo
sobre el de él, yendo a beberle en la boca el grito, en un ávido y ansioso beso
que desencadenó en el cuerpo de Jesús un segundo e interminable estremecimiento".
El Evangelio según Jesucristo
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